El escritor catalán Ildefonso Falcones, ya famoso por su obra La catedral del mar, publicó en 2009 la novela La mano de Fátima. Este libro, enmarcado en la triste conmemoración del cuarto centerario de la expulsión de los moriscos españoles, cuenta las desventuras de un morisco alpujarreño: Hernando Ruiz. Éste, a caballo entre la cultura cristiana y musulmana, dirige todos sus esfuerzos en intentar conseguir la permanencia de su pueblo en la Península frente a un entorno cada vez más hostil. Indudablemente fracasará. Todo ello en el marco de sus altibajos familiares (a veces trágicos) y afectivos. Os incluyo varios textos de este libro que nos dan una idea muy clara de la situación de los moriscos y lo problemas que planteaban a los gobernantes del periodo. Si olvidar su expulsión.
<<—Como recompensa a la capitulación de Bu Abdillah, que los cristianos llamaban Boabdil, ante los españoles, éstos le concedieron en feudo las Alpujarras, donde se retiró junto a su corte. Entre los miembros de esa corte se hallaba su primo, mi padre, un reconocido alfaquí. Pero aquellos reyes aviesos [Reyes Católicos] no se contentaron con eso: sin que Boabdil lo supiera, a sus espaldas, volvieron a comprar a través de un apoderado las tierras que poco antes le habían entregado y le expulsaron de ellas. Casi todos los nobles y grandes señores musulmanes abandonaron España con el «Rey Chico»; salvo mi padre, que decidió quedarse aquí, con su gente, con aquellos que necesitaban los consejos que como alfaquí les proporcionaba. Luego, el cardenal Cisneros, en contra de las capitulaciones de Granada que garantizaban a los mudéjares la convivencia pacífica en su propia religión, convenció a los reyes de que expulsase a todos aquellos mudéjares que no se convirtieran al cristianismo. Casi todos tuvieron que convertirse. ¡No querían abandonar sus tierras, en las que nacieron y criaron a sus hijos! Asperjaron con agua bendita a centenares de nosotros a la vez. Muchos salieron de las iglesias alegando que no les había tocado ni una gota y que por lo tanto seguían siendo musulmanes. [...]>> p. 37
<<Fue precisamente en Portugal [año 1581] donde por primera vez se trató la posibilidad del exterminio en masa de los moriscos españoles. Reunidos el rey [Felipe II], con el conde de Chinchón y el rehabilitado anciano duque de Alba, cuyo carácter no se suavizaba ni siquiera con la vejez, estudiaron la posibilidad de embarcar a todos los moriscos con destino a Berbería para, una vez en alta mar, barrenar las naves a fin de que perecieran ahogados.>>
>>Por fortuna, o quizás porque la armada estaba ocupada en otros menesteres, la matanza de todo un pueblo no se llevó a cabo.>> p. 499
<<Pero al mismo tiempo que los preparativos para la guerra con Inglaterra [1587], llegaron noticias preocupantes para los moriscos. Desde la junta celebrada en Portugal seis años antes, en la que Felipe II había estudiado la posibilidad de embarcarlos a todos y hundirlos en alta mar, se redactaron varios memoriales que aconsejaban la detención de los moriscos y su posterior envío a galeras. Y en ese año de preparativos bélicos se alzó una de las voces más autorizadas del reino de Valencia, la del obispo de Segorbe, don Martín de Salvatierra, quien, apoyado por algunos personajes de igual parecer, dirigió un memorial al consejo en que proponía lo que a su entender constituía la única solución: la castración de todos los varones moriscos, ya fueran adultos o niños.>> pp. 671 y 672
<<La expulsión de los moriscos valencianos se llevaba a cabo, aunque no sin dificultades. Trasladar a más de cien mil personas exigía que los barcos fueran y vinieran de la costa levantina española hasta Berbería una y otra vez. Pese a los tres días de plazo marcados, los meses transcurrían y ese retraso conllevó que, a través de las tripulaciones de los barcos que tornaban y la maliciosa crueldad de los cristianos, que no dudaban en difundirlas, empezaran a llegar noticias de la situación de los recién llegados a las costas africanas. Los más afortunados, aquellos que desembarcaban en Argel, eran inmediatamente trasladados a las mezquitas; una vez allí los hombres eran dispuestos en fila, se examinaban sus penes y se les retajaba a lo vivo, uno tras otro. Luego pasaban a engrosar la más baja de las castas de la ciudad corsaria regida por los jenízaros y eran empleados en la labor de las tierras en condiciones infrahumanas.>>
>>Los menos afortunados fueron a caer en manos de las tribus nómadas o beréberes que asaltaron, robaron y asesinaron a quienes para ellos no eran más que cristianos: hombres y mujeres que habían sido bautizados y que habían renegado del Profeta. Se hablaba de que cerca de tres cuartas partes de los moriscos valencianos, más de cien mil personas, habían sido asesinadas por los árabes. Hasta en Teman y en Ceuta, ciudades donde vivía un gran número de moriscos andaluces, torturaron y ejecutaron a los recién llegados. Comunidades enteras, clamando su cristiandad, se acercaron a las murallas de los presidios españoles enclavados en la costa africana en busca de protección.>> p. 873
FALCONES, Ildefonso, La mano de Fátima, Barcelona, Grijalbo, 2009.