Arturo Pérez-Reverte contruyó en los noventa un personaje histórico-literario de gran éxito ambientado en la España decadente del siglo XVII: Diego Alatriste o también el capitán Alatriste. Este personaje, soldado y espadachín, se convierte en una metáfora de la España de los Austrias tanto por su participación en todos lo hechos significativos del reinado de Felipe IV (1621-1665) como por su cercana amistad con muchos de los más significativos artistas del Siglo de Oro en Madrid: Velázquez, Lope de Vega, Quevedo... Todo ello contado desde la óptica de su fiel escudero-aprendiz-pupilo-acogido Íñigo Balboa que, desde una visión retrospectiva desde un tiempo en que la decadencia de España es ya patente, nos muestra la lucha de esos personajes para sobrevivir cuando el declive de nuestro país sólo se sospechaba. El texto que os presento está sacado de su tercer libro El sol de Breda, libro en el que el personaje de Pérez-Reverte participa junto con su pupilo en uno de los pocos éxitos de los españoles en la Guerra de los Treinta Años, que desangró Europa en el siglo XVII, y que tan maravillosamente retrató Velázquez en su cuadro.
<<A ellos, españoles de lenguas y tierras diferentes entre sí, pero solidarios en la ambición, la soberbia y el sufrimiento, y no a los figurones retratados en primer término del lienzo, era a quien el holandés entregaba su maldita llave. A aquella tropa sin nombre ni rostro, que el pintor dejaba sólo entrever en la falda de una colina que nunca existió; donde a las diez de la mañana del día 5 de junio del año veinticinco del siglo, reinando en España nuestro rey don Felipe Cuarto, yo presencié la rendición de Breda junto con el capitán Alatriste, Sebastián Copons, Curro Garrote y los demás supervivientes de su diezmada escuadra [unidad militar]. Y nueve años después, en Madrid, de pie ante el cuadro pintado por Diego Velázquez, me parecía de nuevo escuchar el tambor mientras veía moverse despacio, entre los fuertes y trincheras humeantes en la distancia, frente a Breda, los viejos escuadrones impasibles, las picas y las banderas de la que fue última y mejor infantería del mundo: españoles odiados, crueles, arrogantes, sólo disciplinados bajo el fuego, que todo los sufrían en cualquier asalto, pero no sufrían que les hablaran alto.>>
PÉREZ-REVERTE, Arturo, El sol de Breda, Madrid, Alfaguara, 2002, p. 251.