miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tema 2. Monasterios medievales: origen, vida e importancia

Fra Angelico 031 
"San Benito de Nursia"  obra de Fra Angelico
Los monasterios de la Edad Media tuvieron una gran importancia para la historia de Europa. El deseo de los monjes de cumplir la regla benedictina, "ora et labora", les llevó a trabajar laboriosamente en sus bibliotecas, adquiriendo un ansia de buscar y copiar (todavía no existía la imprenta) los libros que pudieron encontrar de los siglos anteriores. Sobre su origen, vida e importancia os presento un texto extraído del expléndido libro de Ernst Gombrich (GOMBRICH, Ernst, Breve historia del Mundo, Barcelona, Península, 2007, págs. 91 y 92):
        <<Muchas personas deseaban vivir enteramente de acuerdo con la voluntad divina. No querían permanecer en medio del ajetreo de las ciudades y de la gente, donde se corre tan a menudo el peligro de hacer algo injusto. De manera muy similar a los ermitaños ni dios, marchaban al desierto para rezar y hacer penitencia. Eran los monjes. Al principio los había en Oriente, en Egipto y Palestina
         >>Para muchos de ellos, lo más importante era la penitencia. Se trataba de una doctrina que habían aprendido también, en parte, de los indios, de quienes ya has oído que se mortificaban de manera particular. Había monjes que se instalaban en medio de la ciudad sobre una alta pilastra, sobre una columna, y pasaban allí la vida casi inmóviles pensando en la condición pecadora del ser humano. La poca comida que necesitaban la subían en una cesta. Sentados así, contemplaban desde lo alto el ajetreo que se desarrollaba a sus pies y esperaban acercarse a Dios. Se les llamaba santos estilitas, de la palabra griega stylos, que significa columna.
       >>Pero en Occidente, en Italia, vivió un santo, también monje, que de manera muy parecida a Buda, no encontró la calma interior en esta vida solitaria de penitencia. Se llamaba Benito, «el bendecido». Pensaba que la penitencia por sí sola no respondía a las enseñanzas de Cristo. No basta con hacerse ser bueno uno mismo, sino que, además, hay que hacer el bien. Pero para hacer el bien no podemos estar sentados sobre una columna, sino que debemos trabajar. Ese era su lema: reza y trabaja. Benito fundó una asociación con algunos monjes que pensaban como él y querían vivir de esa manera. Esa asociación recibe el nombre de orden. Los miembros de su orden se llaman, por él, benedictinos. Los lugares donde residía esa clase de monjes eran los monasterios. Quien deseaba entrar en un monasterio y permanecer allí para siempre como miembro de la orden debía prometer tres cosas: 1, no poseer nada personalmente; 2, no casarse; 3, obedecer siempre y sin condiciones al superior del monasterio, el abad.
       >>Cuando alguien profesaba como monje no tenía que limitarse, pues, a rezar en el monasterio, aunque los rezos se tomaban, por supuesto, muy en serio y los oficios divinos se celebraban varias veces al día. Además, había que hacer el bien. Pero para ello era también necesario saber y ser capaz de algo. Por eso, los monjes benedictinos fueron los únicos en interesarse por todas las ideas y descubrimientos de la Antigüedad. Coleccionaron los antiguos libros en rollo, dondequiera que pudieron encontrarlos, a fin de estudiarlos, y los copiaron por escrito para difundirlos. En un trabajo de años, pintaron en gruesos tomos realizados en pergamino sus letras claras y recurvadas y escribieron no sólo biblias y vidas de santos, sino también antiguos poemas latinos y griegos. Si los monjes no se hubieran tomado tanto trabajo, no conoceríamos casi ninguno de ellos. Pero, sobre todo, reprodujeron los antiguos libros sobre ciencias naturales y cultivo de los campos y los copiaron con tanta fidelidad como les fue posible, pues, aparte de la Biblia, lo más importante para ellos era cultivar bien la tierra para tener grano y pan no sólo para ellos, sino también para los pobres. En los parajes abandonados no había ya apenas posadas. Quien se atrevía a viajar debía pernoctar en los monasterios, donde recibía un buen alojamiento. En ellos reinaban el silencio, la laboriosidad y la tranquilidad. Los monjes daban también clases a los niños de los alrededores del monasterio; les enseñaban a leer y escribir, a hablar latín y a comprender la Biblia. Así, el monasterio era entonces el único lugar en medio de extensos territorios donde existía cultura y civilización y donde no había muerto el recuerdo de las ideas de griegos y romanos.>>