Hace treinta y seis años sucedió, teniendo yo diecinueve años, la muerte de mi abuelo, el Emperador Maximiliano, tras lo cual, aunque era muy mozo, me dieron la dignidad imperial en su lugar. No pretendí ser emperador por ambición de gobernar muchos reinos, sino por mirar por el bien y común salud de Alemania, mi patria muy amada, y del resto de mis reinos, particularmente el de Flandes; por conseguir la paz y concordia de la Cristiandad; y para poner todas mis fuerzas y las de mis reinos en la defensa de la religión cristiana contra el Turco. Mas si bien fue este mi celo, no pude ejecutarlo como quisiera, por el estorbo y embarazo que me han causado las herejías de Lutero y de los otros innovadores herejes de Alemania; en parte también por los príncipes vecinos y otros, que por enemistad y envidia me han sido siempre contrarios, metiéndome en peligrosas guerras, de las cuales, con el favor divino, hasta este día he salido felizmente. Además concerté con diversos príncipes alianzas y pactos, que no se guardaron y me forzaron a cambiar de parecer, y hacer otras jornadas de guerra y de paz. Nueve veces fui a Alemania, seis he estado en España, siete en Italia, diez he venido a Flandes, cuatro veces tanto en tiempo de paz como de guerra he entrado en Francia, dos en Ingalaterra y otras dos fui contra Africa. Todas suman cuarenta, sin contar otros que realicé para visitar mis tierras. Para ello he navegado ocho veces el mar Mediterráneo y tres el Océano de España [el Atlántico hasta España], y ahora será la cuarta que volveré a pasarlo para sepultarme. De esta manera doce veces he padecido las molestias y trabajos de la mar. Y no cuento con éstas la jornada que hice por Francia a estas partes, no por algún problema leve, sino muy grave, como todos sabéis.
En lo que toca al gobierno confieso haberme equivocado muchas veces, engañado con el verdor y brío de mi juventud, por mi poca experiencia o por otro defecto de la flaqueza humana. Y os garantizo que no hice jamás cosa alguna en que quisiese agraviar a alguno de mis vasallos ni permití que se les hiciese agravio alguno; y si alguno se queja de ello con razón, confieso y lamento aquí delante de todos que sería agraviado sin saberlo yo o contra mi voluntad. Pido y ruego a todos los que aquí estáis me perdonéis y me hagáis gracia de este error o de otra queja que de mí se pueda tener.
FRAY PRUEDENCIO DE SANDOVAL, Historia de la vida y hechos del emperador Carlos V (Texto original en la edición de Carlos Seco Serrano), parte XXXIV.
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