Hace tiempo, en segundo de carrera, tuve el gusto de leer la obra de la historiadora británica Eileen Power (1889-1940) titulada Gente medieval. En este libro, que escribió en 1922, la autora narra con gran rigor histórico la vida de una serie de personajes medievales de distinto origen: Bodo el campesino de Saint Germain des Près, Marco Polo... Os recojo parte de la historia de Bodo. Creo que disfrutaréis pues lo hace con una sensibilidad muchas veces ajena a los historiadores. El lenguaje es sencillo y directo, sólo he adaptado algunos términos referidos a las partes del feudo para evitar despistes y confusiones. Espero que os guste y si os encontráis este libro no dejéis de leerlo.
"Eileen Power, 1922 (2)" by Library of the London School of Economics and Political Science - Eileen Power, 1922 Uploaded by Fæ. Via Wikimedia Commons. |
La abadía de Saint-Germain poseía una pequeña finca, Villaris, ubicada cerca de París donde vivían un hombre llamado Bodo, su esposa Ermentrude y sus tres hijos, Wido, Gerbert e Hildegard.
Una hermosa mañana de primavera Bodo se levanta muy temprano, porque es el día que le corresponde trabajar en las tierras de los monjes y no se atreve a llegar tarde por temor al administrador. Probablemente para mayor seguridad, la semana anterior le ha regalado huevos y legumbres a fin de que esté de buen talante. Como es el día que le corresponde arar, se pone en marcha con su gran buey y con su pequeño Wido, para que corra fuerte al animal con una picana, y se reúne con camaradas de algunos de los manso cercanos que también van a trabajar a la reserva de la casa grande. Todos se congregan, algunos provistos de caballos y bueyes, otros de zapapicos, azadones, jalas, hachas y guadañas, y luego se alejan en grupos para trabajar en los sembrados y montes del reserva señorial, de acuerdo con las órdenes impartidas por el administrador.
Bodo se aleja silbando y tiritando de frío con su buey y su muchachito, y no vale la pena acompañarlo porque ara todo el día y merienda debajo de un árbol con los otros labradores. Por fin, Bodo regresa a la hora de la comida, y tan pronto como se pone el sol se acuestan, pues sus velas fabricadas a mano dan solo una luz vacilante y además, todos deben levantarse temprano por la mañana.
Bodo era muy supersticioso. Ya hacía muchos años que los francos eran cristianos: pero así y todo, el labriego se aferraba a viejas creencias. Los campesinos recitaban antiquísimos conjuros, trozos de canciones o jirones de los hechizos y palabras mágicas para lograr que sus campos fueran fértiles. Prudentemente la Iglesia no se opuso a estos antiguos ritos, aunque también enseñó a Bodo a orar en salmos.
Cuando Bodo se confesaba, el sacerdote solía preguntarle: “¿Has consultado a magos o hechiceros; has hecho promesas solemnes a árboles y fuentes; has bebido algún filtro mágico?” y Bodo se veía obligado a confesar lo que había hecho la última vez que su vaca estuvo enferma.
La Iglesia actuaba con bondad. Como decía un obispo a sus sacerdotes: “No debéis hacer ayunar a los siervos, tanto como a los ricos; dadles solamente la mitad de la penitencia”. La Iglesia sabía muy bien que Bodo no podría arar todo el día con el estómago vacío; en cambio los nobles francos, cazadores, bebedores, y comilones, podrían arreglárselas sin una comida.
La Iglesia dispuso que los domingos y fiestas de guardar no se hiciera ningún trabajo servil o de otra especie, sea cumplir labores rústicas, cuidar los niños, arar los campos, plantar setos, construir cercas de madera, talar árboles, cazar o acudir a los tribunales de justicia. Empero es lícito hacer tres clases de servicios de transporte, a saber: acarrear para el ejército, transportar alimentos o llevar el cuerpo de un señor a su tumba, si fuera necesario.
Del mismo modo, las mujeres no harán sus trabajos textiles, ni cortarán géneros, ni los coserán, ni cardarán lana, ni batirán cáñamo, ni lavarán ropa en público, ni esquilarán ovejas.
“Y así ha de haber descanso en el Día del Señor. Mas permitidles que acudan de todos los confines a fin de asistir a la misa que se celebra en la iglesia”.
Los días de fiesta tenían la costumbre de pasar bailando y bromeando, como lo ha hecho siempre la gente de campo. Algunas veces Bodo no bailaba, sino que escuchaba las canciones de los juglares vagabundos.
Una vez por año Bodo disfrutaba de otro esparcimiento, pues regularmente el nueve de octubre, cerca de las puertas de París, se inauguraba la gran fiesta de San Dionisio, que duraba un mes entero. Una semana antes de la fecha indicada, comenzaban a brotar tiendecillas, en cuyos frentes abiertos los mercaderes podían exhibir sus productos. Entonces, las calles de París se atestaban de mercaderes; y en los puestos de la feria se trocaban trigo, vino y miel de la región por mercaderías más raras procedentes de comarcas extranjeras. Seguramente Bodo se tomaba vacaciones y concurría a la feria. En verdad, ese mes, al administrador le debe de haber costado mucho trabajo retener a los hombres en sus tareas. Pero Bodo, Ermentrude y sus tres hijos, engalanados con sus mejores atavíos no creían que ir a la feria, hasta dos o tres veces, fuera perder tiempo. Alegaban que les era imprescindible comprar sal para sazonar la carne que se consumía en invierno o tintura bermellón para teñir una blusa de niño; pero en realidad deseaban contemplar los insólitos objetos reunidos en los puestos, que los mercaderes traían del lejano Oriente a fin de venderlos a los superiores de Bodo.
Estos mercaderes solían ser venecianos, aunque con mayor frecuencia se trataba de sirios o judíos.
Bodo solía escuchar cuentos en variadas lenguas y dialectos, pues en las callejuelas se codeaban individuos procedentes de Sajonia y España, Provenza, Lombardía, Inglaterra e Irlanda. Además, siempre había malabaristas y titiriteros, juglares y hombres con osos, acróbatas que sonsacaban a Bodo las pocas monedas que tenía en el bolsillo.
Y por cierto, sin duda, sería una familia muy cansada y muy feliz, aquélla que dando tumbos en el carromato regresaba al hogar, y al instante se iba a la cama. Realmente vale la pena pasar unos minutos con Bodo en su pequeño manso. En gran parte, la historia está integrada por hombres como Bodo.
POWER, Eileen, Gente medieval, Barcelona, Ariel, 1988.