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miércoles, 22 de abril de 2015

Tema 11(1º). Texto sobre mitología griega (saga de Percy Jackson)

Entre los muchos mitos de la mitología griega uno de ellos, no de los más importante, es el de Narciso y Eco. Como todos los mitos los seres humanos se convierten en juguetes de los dioses y diosas que para colmo castigan su defectos y vicios. En este caso, Narciso "desgraciadamente" era tan guapo que estaba enamorado de sí mismo y no podía dejar de observar su imagen en el lago. Por otro lado estaba su enamorada Eco castigada por la diosa Hera a repetir las últimas frases de lo que dijese su interlocutor.
Os pongo un  texto del novelista juvenil Rick Riordan donde sus protagonistas Hazel y Leo se encuentran a ambos personajes bastante actualizados. Confieso que los he leido todos los de la saga y me parecen extraordinarios.
    <<Encontraron el problema… si una pandilla de chicas guapas es un problema. Eco los llevó hasta un prado con la forma del cráter de una explosión, que tenía una pequeña charca en medio. Reunidas en la orilla del agua había varias docenas de ninfas. Por lo menos, Leo supuso que eran ninfas. Al igual que las del Campamento Mestizo, llevaban vestidos de gasa. Tenían los pies descalzos. Poseían rasgos de duende, y su piel tenía un tono ligeramente verdoso.
    Leo no entendía qué estaban haciendo, pero todas estaban congregadas en el mismo sitio, mirando hacia la charca y abriéndose paso a empujones para ver mejor. Varias sostenían móviles con cámara, tratando de hacer fotos por encima de las cabezas de las otras. Leo nunca había visto a ninfas con teléfonos. Se preguntó si estaban mirando un cadáver. De ser así, ¿por qué daban saltos y se reían con tanto entusiasmo?
   —¿Qué están mirando? —preguntó Leo.
   —Mirando —dijo Eco suspirando.
   —Solo hay una forma de averiguarlo. —Hazel avanzó resueltamente y empezó a abrirse paso a empujones entre el grupo—. Disculpad. Perdón.
   —¡Eh! —se quejó una ninfa—. ¡Nosotras estábamos antes!
   —Sí —dijo otra despectivamente—. Vosotros no le vais a interesar.
   La segunda ninfa tenía unos grandes corazones rojos pintados en las mejillas. Encima del vestido llevaba una camiseta de manga corta en la que ponía: ¡¡¡I <3 !!!
   —Ejem, asuntos de semidioses —dijo Leo, tratando de parecer solemne—. Haced sitio. Gracias.
     Las ninfas gruñeron, pero se separaron y les dejaron ver a un joven arrodillado en la orilla de la charca que miraba fijamente el agua.
     Leo normalmente no prestaba atención al aspecto de los demás chicos. Suponía que era el resultado de andar con Jason: alto, rubio, fuerte y básicamente todo lo que Leo no podría ser jamás. Leo estaba acostumbrado a que las chicas no se fijaran en él. Como mínimo, sabía que nunca conseguiría a una chica por su belleza. Esperaba que su personalidad y su sentido del humor compensaran ese aspecto algún día, aunque estaba claro que hasta el momento no había dado resultado.
     En cualquier caso, Leo no pudo pasar por alto el hecho de que el chico de la charca era un tío superguapo. Tenía los rasgos faciales marcados y unos labios y unos ojos a medio camino entre la belleza femenina y el atractivo masculino. El cabello moreno le caía sobre la frente. Podría haber tenido diecisiete o veinte años, era difícil saberlo, pero tenía la constitución de un bailarín, con brazos largos y gráciles y piernas musculosas, una postura perfecta y un aire de serenidad regia. Llevaba una sencilla camiseta blanca y unos tejanos, y un arco y un carcaj sujetos con correas a la espalda. Saltaba a la vista que las armas no habían sido usadas desde hacía tiempo. Las flechas estaban cubiertas de polvo. Una araña había tejido una tela sobre el arco.
     A medida que Leo se acercaba, reparó en que la cara del chico era extrañamente dorada. Con la puesta de sol, la luz se reflejaba en una gran lámina lisa de bronce celestial situada en el fondo de la charca y bañaba las facciones de don Guaperas de un cálido fulgor.
     El chico parecía fascinado con su reflejo en el metal.
     Hazel inspiró bruscamente.
     —Qué bueno está.
    Alrededor de ella, las ninfas chillaron y asintieron aplaudiendo.
    —Así es —murmuró el joven con aire soñador, sin apartar la mirada del agua—. Estoy buenísimo.
    Una de las ninfas mostró la pantalla de su iPhone.
    —El último vídeo que ha subido a YouTube ha recibido un millón de visitas en hará cosa de una hora. ¡Creo que la mitad han sido mías!
    Las otras ninfas se echaron a reír como tontas.
    —¿Un vídeo de YouTube? —preguntó Leo—. ¿Qué hace en el vídeo, cantar?
    —¡No, tonto! —lo reprendió la ninfa—. Antes era un príncipe y un cazador maravilloso y tal. Pero eso no importa. Ahora solo… ¡En fin, mira!
     Le enseñó a Leo el vídeo. Era exactamente lo que estaban viendo en la vida real: el chico mirándose en la charca.
    —¡Está suuuuuupercañón! —dijo otra chica.
    En su camiseta de manga corta se leía: SEÑORA DE NARCISO.>>
RIORDAN, Rick, La marca de Atenea, Barcelona, Montena, 2013, pp. 67-69.